Historia

Historia de Heineken

NUESTRA HISTORIA

Heineken está presente en las islas desde 1971.

En 1997 Heineken Canarias S.L. compró el distribuidor de Heineken para Tenerife y se formó Heineken Canarias S.A. Fue entonces cuando se incorporaron las labores de finanzas a las labores de marketing y ventas.

En diciembre del 2003 se vendieron el 100% de las acciones de Heineken Canarias S.A. a Heineken España. Tras la incorporación de otras categorías al portafolio en 2008, se adaptó el nombre de la compañía a la realidad del negocio, cambiando su razón social a Insular Canarias de Bebidas.

Insular Canarias de Bebidas ofrece servicio integral a más de 4.000 puntos de ventas en hostelería, y al 100% de puntos de Alimentación, brinda un trato personalizado a sus clientes y el mejor de los servicios como propósito principal de empresa.

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La cerveza más reconocida del planeta

Las historias hay que contarlas desde el principio. Y la de Heineken se remonta al Ámsterdam de finales del siglo XIX. Su historia está marcada por la innovación y así lo demostró desde el primer momento, por ejemplo, al ser la primera cerveza en utilizar una botella verde para evitar que la luz afectara el contenido. La empresa fue fundada por un emprendedor de solo 22 años, que apostó todo por un sueño.

Los protagonistas de esta etapa inicial de la historia fueron los miembros de una familia de inmigrantes alemanes, los Heineken, que habían hecho fortuna con el comercio de quesos y mantequilla en la ciudad de los canales. La economía de Holanda, que había sido tan boyante antaño, se tambaleaba estrepitosamente y la mitad de la población de su capital vivía en la indigencia. Los bares de la época eran sitios oscuros y lúgubres. Por entonces, las bebidas que más se despachaban eran la ginebra y el whisky.

Aquella decadencia se había llevado por delante a muchas fábricas, incluida la mayor cervecera de la ciudad: Haystack. Sus instalaciones estaban a la venta y podían haberlo estado durante mucho tiempo si no hubiera sido porque, en 1864, Gerard Heineken decidió invertir toda la herencia de su padre, que acaba de morir, en comprarla. Estaba convencido de que la cerveza era la bebida del futuro.

Durante los siguientes nueve años remó contracorriente sin avanzar. Su primera cerveza, turbia y densa, no dejaba de ser una más de tantas y no resultaba rentable. El vértigo de ver el precipicio muy cerca lo impulsó a dar un giro y se propuso fabricar una lager como las que triunfaban en Bavaria, doradas y brillantes; fáciles de beber y con poco alcohol. Era una decisión difícil porque iba en contra de los hábitos de los holandeses de la época y también porque ambicionaba llegar a un público al que ninguna otra bebida se había propuesto conquistar: las mujeres.

Como en Holanda no había mano de obra experta, Gerard contrató a un grupo de alemanes que se instalaron en su fábrica. Rodeado de los mejores cerveceros bávaros, en 1873, sacó al mercado la primera Heineken de baja fermentación. A partir de entonces, todo lo demás ya es historia. Aquel visionario acabó teniendo un éxito de tal envergadura que su empresa cambió el mundo y su nombre quedó ligado para siempre a una de las marcas más respetadas y valoradas.

La conquista de París

Uno de los pilares que sustenta el éxito de Heineken desde el principio es su apuesta decidida por la calidad, expresada en la pureza de sus ingredientes. En 1886, la compañía marcó un hito en este sentido al ser la primera cervecera del mundo en montar un laboratorio dentro de sus instalaciones. Había fichado al Doctor Ellion, un químico discípulo de Louis Pasteur. El afamado científico y su ayudante habían revolucionado el mundo cervecero al identificar la levadura Lager bajo el microscopio y demostrar que era un ser vivo que no se originaba espontáneamente. Su descubrimiento sirvió para controlar el proceso de fermentación del mosto cervecero.

Ellion creó en ese laboratorio la levadura tipo A, que otorga el sabor característico a Heineken con sus sutiles notas frutales, entre las que destaca el plátano. Protegidas bajo patente, las cepas de esta levadura continúan utilizándose en tanques horizontales, para que la presión no le impida trabajar cómodamente para convertir los azúcares de la cebada en gas carbónico y alcohol, y hacer que en 28 días la mezcla de agua, malta, lúpulo y levadura se convierta en la bebida que cada día eligen alrededor de 25 millones de personas de 192 países.

Pocos años bastaron desde que comenzó su producción para que la calidad de Heineken empezara a ser reconocida. En 1889, Heineken logró uno de sus primeros hitos: ganó el Grand Prix de la Exposición Universal celebrada en París. La torre Eiffel se construyó como arco de entrada de la feria, pero Heineken había llegado mucho antes a la capital francesa y podía beberse, por ejemplo, en el célebre club nocturno Folies Bergére. Eran tiempos de la Belle Époque, cuando París se alzaba como la capital del mundo y sinónimo de refinamiento y progreso, en los que el burbujeante oro líquido holandés la conquistó sorbo a sorbo, recibiendo, en 1875, la Medalla de Oro de París. Seis años más tarde recibiría el Diploma de Honor de Ámsterdam. Ambas distinciones siguen formando parte de la etiqueta actual.

Sin fronteras

La vocación exportadora marcó la evolución de la compañía desde el inicio. Primero se expandió por sus países vecinos y luego avanzó sobre el continente europeo. El impacto que tuvo lo sucedido en la Exposición Universal de París y su presencia en los locales más glamurosos de la ciudad, como el restaurante de la Torre Eiffel, hicieron de Heineken una marca de culto. Además, durante la etapa del hijo del fundador, Henry Pierre Heineken, que dirigió la empresa desde 1917 hasta 1940, se desarrollaron técnicas que permitieron producir a gran escala con garantía de calidad.

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la empresa se centró cada vez más en la exportación. El 8 de diciembre de 1933 se produjo el desembarco en EE UU. Habían pasado solo tres días desde la derogación de la Ley Seca, que prohibió durante 13 años la venta de alcohol en los Estados Unidos, cuando atracó en el puerto de Nueva York el primer barco cargado hasta los topes con Heineken. Desde ese día, la marca es una de las cervezas de importación más exitosas de Norteamérica.

En 1947, Heineken inaugura una fábrica en Indonesia, abriendo así la puerta a su expansión asiática. La edición limitada que ahora sale a la venta en Canarias recuerda esta etapa de internacionalización. Fecha en 1950 el cruce de fronteras que marcó el punto de inflexión definitivo entre la empresa familiar con ramificaciones internacionales y la corporación mundial, líder del segmento premium, que es hoy.

La estrella más icónica

La tercera generación de la familia fundadora al frente de la compañía estuvo representada por Alfred Heineken, que la dirigió desde 1940 hasta 2002.  El empresario convirtió la empresa de su abuelo en un gigante planetario y desarrollo su imagen dando el color verde a la marca y adoptando la estrella roja como su enseña.

A partir de los años treinta del siglo XX, Heineken utiliza en sus etiquetas una estrella roja que había sido símbolo de los cerveceros en la Edad Media. En la antigüedad, sus cinco puntas representaban los elementos básicos para su elaboración: tierra para que crezca el cereal, fuego para maltearlo, agua para producir el mosto, viento para mezclarlo todo y, como quinto elemento y más importante, la magia, que antes de que se conociera la existencia de las levaduras se creía que era lo único capaz de hacer que esos ingredientes adquirieran juntos una dimensión superior que los volvía una bebida irresistible.

Bajo su dirección se adoptó la etiqueta oval con el apellido familiar, eliminando las referencias al tipo de cerveza, como Munghener o Dortmunder como había sido tradicional hasta entonces. También se cambió la tipografía de la marca, por unas letras más redondas y en minúscula con las “e” giradas para hacerlas “sonrientes”. Desde entonces, la estética de la etiqueta ha continuado evolucionando para adaptarse al momento y a los gustos de los consumidores.

En 2002, comienza una etapa de gran dinamismo en la compañía al asumir las riendas Charlene de Carvalho Heineken. Hija única de Alfred Heineken, forma parte del comité de dirección de la compañía desde 1988. En la actualidad, Heineken es la segunda multinacional cervecera del mundo y la única que continúa siendo una empresa familiar y con una mujer al frente.